El adolescente (trad. F. Otero) by Fiódor Dostoyevski

El adolescente (trad. F. Otero) by Fiódor Dostoyevski

autor:Fiódor Dostoyevski [Dostoyevski, Fiódor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1875-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo VII

I

Me desperté a eso de las ocho de la mañana, inmediatamente eché el cerrojo, me senté al lado de la ventana y empecé a meditar. Así estuve hasta las diez. La criada llamó dos veces a mi puerta, pero le dije que se fuera. Finalmente, pasadas ya las diez, volvieron a llamar. Ya iba a gritar otra vez, pero era Liza. Con ella entró la criada, que me traía el café y se dispuso a encender la estufa. No era posible echar a Fiokla, la criada, y, mientras estuvo colocando la leña y avivando el fuego, yo no dejé de pasear, dando grandes zancadas, por mi pequeño cuarto, sin iniciar la conversación y procurando incluso no mirar a Liza. La criada procedía con una lentitud indescriptible, y lo hacía aposta, como todas las criadas en esas situaciones, cuando notan que a los señores les molesta hablar en su presencia. Liza se había sentado en una silla al lado de la ventana, y estaba pendiente de mí.

—Se te va a enfriar el café —dijo de pronto.

La miré: ni la más mínima turbación, una calma total, y hasta una sonrisa en los labios.

—¡Estas mujeres! —No pude contenerme, y me encogí de hombros. Por fin la criada acabó de encender la estufa, y ya iba a ponerse a hacer la habitación, pero la despedí con cajas destempladas, y finalmente volví a echar el cerrojo.

—Dime por favor por qué has vuelto a cerrar la puerta —preguntó Liza.

Me detuve delante de ella.

—Liza, ¡cómo podía pensar que me engañabas de esta manera! —exclamé sin haber pensado en ningún momento que iba a empezar así, y esta vez no fueron las lágrimas, sino un sentimiento casi de ira lo que me atravesó súbitamente el corazón, cosa que ni yo mismo me esperaba.

Liza se puso colorada, pero no respondió: se limitó a seguir mirándome a los ojos.

—Espera, Liza, espera, ¡oh, qué estúpido he sido! Aunque ¿tan estúpido he sido? Solo ayer vinieron a concordar todas las señales; hasta entonces, ¿cómo iba yo a adivinar? ¿Por el hecho de que tú frecuentaras la casa de Stolbéieva y fueras a ver a esa… Daria Onísimovna? Pero si yo te miraba como al sol, Liza, y ¿cómo podía imaginarme nada de eso? Te acuerdas de cuando nos encontramos hace dos meses, en casa de él, y de cómo paseamos juntos al sol y lo contentos que íbamos… Entonces ¿ya estaba pasando? ¿Sí?

Ella asintió con la cabeza.

—¡Conque ya entonces me engañabas! No se trata tanto de mi estupidez, Liza, se trata más bien de mi egoísmo: no es la estupidez la causa, sino el egoísmo de mi corazón y… y, tal vez, mi fe en tu santidad. Oh, yo siempre he creído que vosotras estáis infinitamente por encima de mí, y ¡ahora mira! Y el caso es que ayer, en el plazo de un día, no fui capaz de comprender, a pesar de todos los indicios… Además, ¡ayer estuve ocupado con algo muy distinto!

De pronto me acordé de Katerina Ivánovna, y



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